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Alimentos genéticamente modificados y los costos de comer saludable

El fraile agustino Gregor Mendel fue quien inició con pruebas de genética, a mediados de 1800, con lo que trabajo diferentes guisantes

Luisa Rentería

Nos hemos acostumbrado, sobre todo los más jóvenes, a vivir bajo el consumo de productos que tienen químicos inyectados, que son genéticamente modificados y que son de muy fácil acceso, tanto por la cercanía que ello conlleva, ya que se pueden conseguir en mercados o el súper, y por precio, más no por calidad.

Eso no siempre fue así, sino a partir del crecimiento de la población y la globalización. Históricamente, el fraile agustino Gregor Mendel fue quien inició con pruebas de genética, a mediados de 1800, con lo que trabajo diferentes guisantes. Casi un siglo después, en 1922, el primer alote híbrido fue vendido comercialmente y en 1994 saló a la venta el primer tomate genéticamente modificado.

Según la Organización de las Naciones Unidas, en el mundo, cada año se mueren más de 3 millones de personas por problemas alimenticios, que en su gran mayoría son productos modificados o transgénicos.

Durante la segunda Guerra Mundial, Japón optó por un método alimenticio para mejorar la salud de los ciudadanos, tanto en rendimiento físico como mental, con lo que se crean los “alimentos funcionales”, que ayudaban tanto al funcionamiento de organismo y contenían un alto valor nutricional. Otras fuentes señalan que fue durante el aumento de esperanza de vida y costes sanitarios, lo cierto es que fue la suma de estas dos variantes que se determinó crear estos alimentos a los que se les agregan “minerales, vitaminas, ácidos grasos, fibra y antioxidantes” que no pueden producir por sí mismas en un solo alimento.

En la actualidad, con la aparición y creación de los alimentos genéticamente modificados, que surgieron hasta apenas 30 años, el alcance a ellos se ha vuelto mucho más fácil, por lo tanto, más peligroso. En pocas palabras: estamos acostumbrados a alimentarnos mal a muy bajo costo. No hay que malinterpretar la idea de “alimentarnos mal” para referirnos a comer mal (aunque a veces sí aplique, más no para efecto de este artículo), sino a la mala calidad que muchos alimentos pueden significar, por ejemplo: las tortillas que venden en la tortillería de “la esquina” por $16 pesos y que son hechas con el olote del maíz, más no con el grano propio. Otro ejemplo es el jitomate en cestas separadas para identificar el “bueno” del “malo” o el que tiene más días y es conveniente consumir al instante, con un precio de hasta $12 en la central de abastos, o peor aún, consumir el tomate grande, brilloso y perfecto que venden en el súper a un precio mucho mayor, pero que nos hace creer que es mucho más sano.

No es una mentira que los precios de la canasta básica tengan un aumento abrupto apenas iniciado el 2022, pues tan solo el mes de enero se cerró con un 11.8% de inflación, según datos oficiales de Grupo Consultor de Mercados Agrícolas (GCMA).

Todos estos factores influyen en la toma de decisiones para determinar dónde es mejor adquirir nuestros suministros. Por un lado, cultural, social e históricamente, sabemos que consumir productos directamente en los mercados es mucho más barato, pero eso conlleva a una serie de temas: ¿realmente todo en el mercado es mejor en comparación con los productos que se venden en el supermercado? Es decir ¿el simple hecho de consumir y adquirir frutas, verduras, legumbres, etc., en un mercado, nos garantiza que es mucho más sano, con productos sin pesticidas, sin químicos, y que son de la región o de productores locales? ¿Realmente sabemos elegir y diferenciar entre productos locales y productos de la central de abastos donde muchas veces son de origen extranjero?

Aunado a todo esto, pensemos en la creciente aparición y creación de tianguis y mercados orgánicos, espacios andantes que se colocan en diferentes ubicaciones una o dos veces por semana con el propósito de vender y difundir productos locales; apoyar a pequeños productores y emprendedores que venden no solo su trabajo, muchas veces cosas elaboradas a mano, sino productos que ayudan al medio ambiente; y en general, fomentar y crear conciencia sobre los productos orgánicos, esos que no contienen ninguna clase de pesticidas ni químicos.

Pero ¿qué tan económico es acudir a estos establecimientos? Pensemos en el huevo, alimento básico de consumo diario para muchas familias. El huevo tiene un costo aproximado de $40 en un mercado local y $32 en el súper (aunque en el súper en realidad no sea un kilo, sino 12 piezas) y en un tianguis o mercado orgánico tiene un precio de $4.50 la pieza, es decir, si tomamos en cuenta que un kilo de huevo tiene alrededor de 16 a 18 piezas, comprar un kilo de huevo orgánico tendría un costo de $72, lo que se vuelve en una gran diferencia en cuanto a lo que se está acostumbrado a pagar, pero, el precio de las verduras es mucho más barato y por supuesto, mucho más sano y limpio.

Hablar de alimentos orgánicos o procesados, y sobre todo, aprender a identificar cada uno para su consumo, no debe ser una tarea, sino una posibilidad alcanzable.

Referencias:

Qué son los componentes bioactivos de los alimentos y cómo pueden afectar a nuestra salud – BBC News Mundo

LEY PARA EL ETIQUETADO DE ALIMENTOS DE LA CATEGORÍA ORGÁNICOS Y TRANSGÉNICOS: asun_3333109_20160212_1455039370.pdf (gobernacion.gob.mx)

Science and History of GMOs and Other Food Modification Processes

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