Martha Soledad Gómez Atzin, mujer de humo del Totonacapan
Fotografías: Cortesía
“Las mujeres de humo son amorosas,
valientes y constantemente luchan
por preservar y mantener los fogones prendidos.
Son unas mujeres que emanan su amor en el humo”
PUEBLA, MÉXICO.- Faltan 20 minutos para las tres de la tarde y leo un mensaje: “Magdiel, la maestra terminó temprano su clase y se va a comer”. La cita que planeamos para entrevistar a quien viajó desde la región del Totonacapan, en Veracruz, ya no será en el Centro de Lecturas, Escrituras y Memorias, donde impartió una charla, sino en un hotel a unos minutos de ahí. “¡Qué suerte haber salido antes para llegar a tiempo al nuevo sitio!”, pensé.
Llego al hotel y pregunto por la cocinera totonaca, la maestra Martha Soledad Gómez Atzin, a quien también conocen como “Nana”. “¿Es usted la reportera?”, me pregunta la chica detrás de su careta, cubrebocas y con gel antibacterial en mano, a punto de disparar.
Me hace pasar por un túnel sanitizante, luego por un laberíntico camino hasta el restaurante del lugar. Cruzo palabra con los acompañantes de Soledad y me dicen que enseguida viene.
Espero unos minutos, mientras tanto repaso mis preguntas y el perfil de la maestra. Me sorprendí cuando caí en cuenta que iba a hablar con una mujer reconocida por la UNESCO como Embajadora de la Cocina Tradicional Mexicana por su labor de investigación y difusión de las prácticas ancestrales.
De coloridas enaguas, blusa y reboso bordados a mano, y con un tocado adornando sus trenzas, la veo cruzar el amplio restaurante. Me acerco y me presento. “Mucho gusto”, contesta amable y se sienta a la derecha de la mesa más grande del lugar. Me tocó sentarme en la cabecera, y entonces no supe cómo adoptar esa posición frente a ella: en casa me enseñaron que ahí va la jefa de familia o el invitado, en sinónimo de respeto.
Tras romper el hielo cuando le expliqué el propósito de la revista LA CAMPIÑA, la maestra Soledad comenzó a contarme cómo fue que llegó a ser Embajadora y líder del grupo de Mujeres de Humo Cocineras Tradicionales del Totonacapan, además de dirigir escuelas de gastronomía tradicional y haber viajado por México y otros países impartiendo conferencias sobre la importancia de esta práctica.
“Soy una activista culinaria que lucha por que se preserven las tradiciones, costumbres y derechos de las cocineras y nuestras recetas que estamos transmitiendo. Estamos compartiendo con jóvenes, adultos y personas que les gusta el arte culinario”.
Su primera frase me impactó. Desde hace un par de años he podido conocer historias detrás de la cultura, movimientos sociales y detrás de la gastronomía tradicional, pero la fuerza de Gómez Atzin me hizo comprenderlo de un modo distinto: el activismo gastronómico tiene un trasfondo político. Eso es lo que ella y otros guardianes de la cocina tradicional buscan: defender por ley lo que es justo.
EL SUEÑO
El haber nacido y crecido dentro del entorno de una cocina, sobre todo la imagen de su abuela paterna, una cocinera que amaba, respetaba y mostraba esta práctica, la hicieron amar la gastronomía mexicana:
“Gracias al verla a ella trabajar, ver todos los rituales y servir de comer a la gente, nació mi amor por la cocina tradicional”.
“No me impusieron ser cocinera: yo decidí ser cocinera”, me asegura firme y sincera antes de contar que aprendió a cocinar nada más viendo a su abuelita, y siguió con esta labor aun cuando sus abuelos paternos le pedían estudiar una carrera diferente porque pensaban que de cocinera no iba a llegar muy lejos. “Creo que se equivocaron un poquito”, dice mientras menea la cabeza, levanta una ceja y esboza una sonrisa pícara.
Antes de que pudiera pronunciar la siguiente pregunta, en el tono más humilde me continúa diciendo que esto ha sido un logro muy grande para ella: conocer todos los secretos, las costumbres, las tradiciones de la cocina del monte, de los campos, “de mi tierra”, le han dado la oportunidad de ser reconocida a nivel nacional e internacional. Un verdadero sueño cumplido:
“Yo soñé un día ser cocinera tradicional, y soñé que iba a tener una cocina donde íbamos a cocinar muchos cocineros e íbamos todos a enaltecer la cocina de nuestro país, y mira, se dio ese sueño”.
LA POESÍA DEL FUEGO
Más allá de los reconocimientos, Soledad me confiesa que hacer tortillas fue lo máximo para ella, el primer alimento que aprendió a preparar de pequeña:
“Echar tortillas es un arte, no es sencillo. Las personas que se sientan en la mesa y se comen una tortilla no saben todo ese sendero mágico que tienes que hacer para llegar a hacer una tortilla”.
Y es que para Soledad esta práctica resguarda rituales, misticismo y poesía.
¿Poesía?, le pregunto. “Sí”, me contesta extrañada y sorprendida por la pregunta de alguien que no cocina más que lo primero que haya en fin de semana.
Cuando le pido que me explique más, toma agua, una bocanada de aire y comienza:
“¡Ah!, es poesía porque una cocinera no solamente cocina con las manos sino también con el alma y con el corazón, lleva mucho sentimiento dentro en un platillo. Vas a encontrar alegrías, tristezas, amor, preocupación; a veces estamos contentas, a veces no tanto; a veces la cocina nos ayuda a sentirnos mejor.
Es como una terapia que llevas amasando la masa, echando la tortilla, hablas con el fogón, le hablas al padre fuego, le hablas a nuestro padre aire, al agua y entonces la cocinera tiene una constante comunicación con el universo de la cocina”.
Me quedo pensando que, más que sorprenderme de todos sus logros, me admira su pasión y entereza por seguir en pie de lucha. Despierto de mi letargo y me doy cuenta que me observa como esperando la siguiente pregunta; parpadeo y la cuestiono sobre los retos que tuvo que sortear: “Me he encontrado con muchas situaciones de política”, me afirma con su platicar paciente y confirmo una vez más su activismo.
“La gente piensa que si no tienes un restaurante o espacio lujoso no es comida, necesitas tener un lugar glamuroso para ofrecer la cocina”, lamenta mientras disiente con la cabeza, y agrega: “pero nosotros hemos demostrado que con nuestros fogones y mesas también se puede servir una comida de calidad, interesante y que estás comiendo parte de tu cultura”.
COCINA ESPIRITUAL
Ella no trabaja aislada sino que colabora con otras mujeres del pueblo, de donde nació el libro Mujeres de Humo. Recetario de la cocina espiritual Totonaca, que construyó junto a escritores como Efrén Calleja, Karina Juárez, Alejandra Cedeño y el maestro Manuel Espinosa Sainoz. En él, además de recetas se comparten historias de vida de algunos totonacas, poesía y las palabras de cocineras de la región.
Las mujeres de humo, me responde, “son amorosas, valientes y constantemente luchan por preservar y mantener los fogones prendidos. Son unas mujeres que emanan su amor en el humo”.
Habrían pasado poco más de 15 minutos cuando comenzó a narrarme que el darse cuenta que había mucha gente que no tenía información sobre esta práctica se esforzó por difundirla.
Interrumpo y le pregunto que con las generaciones más recientes, que han priorizado la urbe y se han alejado de las prácticas ancestrales, además de la crisis por la Covid-19, ¿cuál es el futuro de la cocina tradicional?
Nuevamente el tono pesimista de mi cuestionamiento fue sorprendido: “¡Viva!”, me contesta.
“Yo veo el futuro de la cocina tradicional vivo porque nosotros los de las comunidades estamos impartiendo clases, estamos regresando a nuestras raíces, a volver a comer lo que nosotros sembramos, cultivamos y cosechamos. Se han vuelto a activar las cocinas y los fogones de las comunidades. No nos está afectando, al contrario, ahí tuvimos que volver a comer las raíces, lo de nuestros campos y nuestros montes”.
Mientras bebe agua de una botella que el mesero ha traído recuerdo que la maestra Soledad tenía prisa y había ido a comer al restaurante del hotel, así que me apresuré y un par de preguntas se quedaron en la agenda.
Después de tomarle un par de fotos, me despido y le agradezco haber podido platicar con ella. Me dice “adiós”, se levanta y camina hacia la mesa posterior donde sus colegas la esperaban. Mientras, la observé alejarse a paso lento, desapareciendo en la lejanía, esfumándose en la tarde-noche que ahora huele a humo