Raíces

El alimento como ofrenda divina

Redacción La Campiña

MÉXICO.- Al conjugar diversidad de formas y relaciones, por medio del alimento las personas podemos conocer los entornos, biodiversidad, agrodiversidad, formas de obtención, preparación, consumo, el gusto o la tradición. Sus múltiples expresiones nos permiten saber si un alimento se consume de manera ritual, para ciertas fiestas o celebraciones y, por supuesto, también muestra las dinámicas y lazos familiares o de amistad y cercanía.

A inicios del mes de noviembre, cuando se festeja en México el reencuentro de las ánimas del inframundo con el plano terrenal, la comida juega un papel importante en la ofrenda que se coloca a los difuntos.

De acuerdo con la antropóloga Yesenia Peña, en estos altares es común encontrar maíz (en muchas presentaciones como las tortillas, atoles y tamales), chayote, frijol, calabaza, chile y pan, algunos incluyen guisos de carne de res, cerdo y pollo, así como huevo y queso, además de frutas, sobre todo de temporada, las cuales varían de acuerdo a cada cultura.

Hay casos en los que los ingredientes o la forma de elaboración tienen un sentido particular, explica la especialista en cocina tradicional al dar como ejemplo el caso del nakatamal, en la zona purépecha, citando a Godínez T: “se cree que es un tamal expreso para recibir a las ánimas o muertos, donde cada elemento de su preparación tiene un significado especial: su hoja representa la mortaja; la masa y la carne simbolizan el cuerpo: y la salsa, la sangre que tuvo la persona en vida”.

Yesenia Peña también menciona el pan, el cual alude al trabajo y el don obtenido que se ofrece como alimento, aunque algunas personas le otorgan un significado cristiano como representación de la eucaristía.

Los alimentos ofrendados en comunidades indígenas, afrodescendientes y equiparables suele ser fruto de la siembra y cosecha. De ahí que el pan y cualquier alimento ofrecido tiene el sentido de don, agradecimiento y, a la vez, de petición de ayuda, porque la reciprocidad que existía en vida con los seres queridos se extiende más allá de la muerte.

En el Valle del Mezquital acostumbran colocar en la ofrenda el zacatamal, mientras que en la Huasteca, el zacahuil. En Yucatán ponen chachacwaj y mucbipollos (tamales redondos y bollos cocidos en hornos subterráneos); en Michoacán son típicas las corundas, y en Oaxaca no falta el mole.

Los nahuas de Jalisco colocan tamales de elote y de salsas con ejotes, mientras los mixtecos y tlapanecos los hacen de hongos y peces. Mención especial tienen los chontales, quienes utilizan cierto tipo de hojas e ingredientes para hacerlos según la edad del difunto al que se ofrecen.

El mole también se coloca en las ofrendas y varía según la región: negro, rojo, pipián verde con carne de guajolote, de gallina, de cerdo o de pollo. En algunas zonas una bebida común que se coloca es el chocolate, en la zona totonaca de Veracruz se hace en pasta con figuras antropomorfas o de animales.

El ejemplo más extendido y representativo del sincretismo indígena y español, lo encontramos en las calaveras de azúcar, adornadas con grecas de colores y a las que algunos agregan jugo de limón. Históricamente se considera que su producción puede deberse a la herencia de origen árabe que elaboraba alfeñiques, la cual llegó a nosotros en la Colonia, por medio de la cocina española.

Pero más allá de su expresión en las ofendas colocadas durante el mes de noviembre, el alimento entraña el pasado, cuando abuelos y padres nos enseñaron a engullir lo que ellos comían, tomando un significado especial para nosotros; en la convivencia también aprendimos lo que les gustaba y disfrutaban. Todo eso se vuelve un acervo, ya sea cultural o personal, el cual se transmite como parte de la identidad: una continuidad de historias y vidas que se entremezclan.

Los alimentos como ofrendas divinas, señala la antropóloga, son un ejemplo de la riqueza culinaria de nuestras cocinas tradicionales.

Información: INAH

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