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De aquí p’ allá.. Cocinas así

Vicotrópico

He estado en muchas cocinas así.

El corazón de esta funciona con leña y a veces se regresa el humo. Las moscas no faltan, no faltan para nada, son muchas. Un fondo rojo hace resaltar un patrón de canastas que contienen frutas, se nota acostumbrado a ser mantel de esa mesa por las esquinas rotas y algunas marcadas zonas de desgaste, también da cuenta de algunas buenas quemadas – tal vez alguna olla al descuido – y me da la impresión de que si se retirara de su compañera conservaría su forma.

El tortillero lleva servilleta bordada en casa, ahí todavía bordan y zurcen y confeccionan, casi de todo.

Un leve vientecito y la mamita sabe cómo será el clima en las siguientes horas; el núcleo de esa vivienda, además de hogar, es centro de diversos temas: trampolín a la nueva jornada, confesionario, lugar de abastecimiento, resguardo de armamento, mirador de la vida.

Cuando una cocina no es acogedora, procuro no acercarme varios metros a la redonda, así me lo dicta el instinto. El foco que está un poquito fuera del centro colgando del techo, baña por las noches (en que el viento permite un suministro constante) de tonos de irrealidad …o tal vez de realidad, pero se me hace que somos varios los que tenemos mal educados los ojos.

La cosa es que la luz y la sombra arman surcos… surcos en la propia cocina, como si los surcos de los campos de maíz se vinieran también a tomar el café; surcos en la conversación, llevando la palabra de la gente como si viniera regando lo que siempre se ha dicho sobre la sobrevivencia y las fiestas y el tiempo del campo que hay que atender; surcos que guardan semilla, ya sea de inquietud o de risa, contenedor de nuestra identidad colectiva, fruto que da pié a otros temas; en esos surcos de la cocina como que nos acunamos y es tierra entre cálida y fresca, ideal para que unos crezcan, otros descansen y algunos vayan preparando su adiós.

Ahora la cocina es astronave, nos lleva entre tiempos y lugares. Nuestra condición de viajeros despersonaliza y nos une como el humo y las sombras y los surcos. Qué limpios los chuchulucos que se antojan como instrumentos principales de la nave: el metate y el molcajete.

Limpios al final de la jornada, cuando se licúa la atmósfera al interior del -verdadero- hogar, ahí donde vive el abuelo fuego.
Comprendo que en el campo se da la magia y en la cocina se mezcla: la cocina se vuelve milpa, ahí se dan encuentro esas plantas que se ayudan unas a otras. Desde la acción de los trípodes de piedra nos convertimos en el pueblo que se come sus volcanes. Un plato de frijoles en caldo caliente se va hacia la boca cuchareado con trozos de tortilla pasada por salsa de jitomate con chile; una quesadilla con flor de calabaza termina de amarrar el menú. Ya sea chocolate o café, enjuaga. La milpa entonces en nosotros y salimos de ahí como los hijos del maíz que somos.

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