Potencial y retos del consumo de insectos comestibles

MÉXICO.- Cuando Timón y Pumba le informan a Simba “si vives con nosotros, comerás como nosotros”, lo que le estaban mostrando era la práctica y el conocimiento ancestral de un amplio número de culturas en varias regiones del mundo y a lo largo de los siglos, en las que los insectos han formado –y es muy posible que lo sigan siendo– parte de las dietas habituales.

De ahí que es posible encontrar en diversas áreas del orbe –sobre todo en las zonas tropicales– una cultura de su consumo y un comercio local, de un extenso número de insectos como los gusanos del bambú, saltamontes, huevos de termita, larvas de escarabajo y de abeja, además de orugas, escorpiones, grillos, langostas, avispas, cigarras, hormigas cortadoras de hoja, libélulas y picapiés, entre muchos otros.

De acuerdo con la FAO, se estima –a nivel global– que los insectos forman parte de la dieta tradicional de al menos 2 mil millones de personas y que se consumen un poco más de 1,900 especies. En los últimos diez años, y con la creciente preocupación por los efectos ambientales que genera la producción de alimentos, el tema de los insectos comestibles despertó un creciente interés, al ser considerados ya no sólo “una comida exótica” de un turismo gastronómico, sino, sobre todo, una fuente adicional de nutrición en la alimentación humana y animal. Esta relevancia abre sin duda un importante número de oportunidades, pero también de limitaciones que hay que tener en cuenta.

El papel de los insectos en la naturaleza. Los insectos brindan una gran cantidad de servicios ecológicos que son fundamentales para la supervivencia de la humanidad. Entre los que podríamos mencionar su importante papel como polinizadores en la reproducción de las plantas; en la mejora de la fertilidad del suelo a través de la bioconversión de desechos; y no olvidemos, su rol en el control biológico natural de especies de plagas dañinas, además de que proporcionan una variedad de productos valiosos para los humanos como la miel y la seda, e incluso aplicaciones médicas como es el uso de los llamados gusanos de terapia.

Doña Angélica, el arte familiar de recolectar insectos comestibles en Tehuacán

Son un recurso natural que debe comprenderse como agotable. Los insectos comestibles habitan en una amplia variedad de hábitats, desde ecosistemas acuáticos y tierras de cultivo, hasta bosques. No hace mucho, eran considerados un recurso aparentemente inagotable que se obtenía de la naturaleza, sin embargo, algunas especies comestibles ya están en peligro. Varios factores antropogénicos, como la sobreexplotación, la contaminación, los incendios forestales y la degradación del hábitat, han contribuido a la disminución de muchas poblaciones de insectos comestibles. Es probable que el cambio climático afectará también su distribución y disponibilidad en formas que aún son relativamente desconocidas.

Oportunidades ambientales que ofrece su crianza. Los beneficios ambientales de criar insectos para alimento y forraje se basan en la alta eficiencia de conversión alimenticia de los insectos. Los grillos, por ejemplo, requieren solo 2 kilogramos de alimento por cada kilogramo de aumento de peso corporal. Se considera que los insectos emiten menos gases de efecto invernadero y menos amoníaco que el ganado convencional, así como un menor requerimiento tierra y agua.

Se requiere modificar la cultura de muchas personas. La entomofagia –que es el consumo de insectos por los seres humanos– está determinada por prácticas culturales e incluso religiosas. A pesar de las referencias históricas sobre el uso de insectos como alimento y de que su potencial ha comenzado a captar de manera reciente la atención del público en todo el mundo, la mayoría de las personas –sobre todo del mundo occidental desarrollado– todavía no la consideran como una alternativa que pueda integrarse a los sistemas agroalimentarios.

Importante fuente de nutrición. Los insectos son una fuente de alimento nutritiva y saludable, con alto contenido de grasas, proteínas, vitaminas, fibra y minerales. Su valor nutricional varía dependiendo de la amplia gama de especies, e incluso, dentro del mismo grupo puede diferir según la etapa de desarrollo, el hábitat y su dieta. Por ejemplo, la composición de omega-3 insaturado en los gusanos de la harina es similar a la del pescado, en tanto que su contenido de proteínas, vitaminas y minerales es semejante al pescado y la carne.

Cualquier esfuerzo que se pretenda para desarrollar el potencial que ofrecen los insectos comestibles en la seguridad alimentaria, requiere que se aborden tres desafíos claves. Primero, se necesita mucha más investigación sobre los valores nutricionales, con el fin de que se puedan promover de manera más eficiente como una alternativa de alimento saludable. En segundo lugar, se deben investigar los impactos ambientales de la recolección y el cultivo de insectos, lo que nos permitirá compararlos con las prácticas tradicionales de agricultura y ganadería, y con ello apuntalar su carácter sustentable. En tercer lugar, es necesario aclarar e impulsar los beneficios socioeconómicos que pueden ofrecer la recolección y el cultivo de insectos, en particular para mejorar la seguridad alimentaria y económica de los más pobres. No olvidemos que la mayor recolecta y comercio es realizada por los grupos más vulnerables.

México tiene también una importante tradición en la ingesta de insectos comestibles, desde los más comerciales como los chapulines, los gusanos de maguey o los escamoles, hasta aquellos que no lo son tanto, pero que siguen constituyendo parte de la dieta de muchas comunidades rurales.

Después de todo lo comentado, creo que la expresión de Timón y Pumba: “viscosos pero sabrosos” debió haber sido en realidad: “novedosos y muy sabrosos”.

¿Y tú, cuáles has probado?