Entrevistas

Cocinas tradicionales, una lucha por la vida: Griselda Tihui

Magdiel Olano
  • “En las mujeres rurales tenemos problemas de equidad de género, de tierra, salarios, salud, educación, alimentación; entonces, están muy bonitas detrás de una olla molera pero no tiene ningún derecho”
  • “Cocinar, plantar, recoger, recolectar, es una lucha por no morir”

PUEBLA, MÉXICO.- Más allá de un lugar donde se puede preparar comida y practicar técnicas ancestrales de elaboración de alimentos, las cocinas tradicionales de los pueblos originarios están encaminadas a proteger la vida, a decir de Griselda Tihui Campos Ortiz, una profesora e investigadora culinaria dedicada al estudio de la siembra, la cosecha, el consumo y las prácticas tradicionales.

A su parecer, en las cocinas de quienes aún preservan estas prácticas está la “lucha por la vida”, pues ahí se cocina al tiempo que se protegen los beneficios que hay en la relación hombre-naturaleza, como el agua, aire o la biodiversidad.

Frente a un panorama donde impera la producción de alimentos encaminada a beneficiar políticas institucionales y prácticas neoliberales, Tihui Campos, actual integrante del área de Culturas Populares de la Secretaría de Cultura de México, advierte sobre el problema de salud que existe a nivel nacional debido al cambio de hábitos alimenticios.

Desde su experiencia cercana a las cocineras tradicionales del país, la también egresada dela Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, señaló la relevancia de reconocer el mestizaje de la sociedad actual, sus orígenes indígenas para reconocer que “la identidad está construida a partir de los que nos dan de comer”.

“No podemos construir algo si no tenemos claro quiénes somos ni a dónde vamos ni qué estamos haciendo; no sólo preguntamos qué queremos comer sino adónde vamos como personas”.

A propósito de su reciente participación en la segunda edición del diplomado Latidos de la Cocina Tradicional Mexicana, convocado por el Centro de Lecturas, Escrituras y Memorias (LEM), platicó en entrevista con LA CAMPIÑA sobre las realidades, los retos y los futuros posibles de las cocinas tradicionales en México.

“La cocina tradicional no está en buen momento en el sentido global […], tenemos problemas pero tenemos cómo solucionarlos: escuchar a quienes son parte fundamental de ello”.

MALA ALIMENTACIÓN

  • ¿Dirías que goza de buena salud el tema alimentario nacional?

No. Estamos ante un problema de salud nacional y global donde imperan las enfermedades por una alimentación mala, que no es culpa de nosotros, de quienes las padecemos, sino de políticas institucionales neoliberales que nos han quitado de nuestro plato el buen comer y el buen vivir, y que han permeado en la necesidad de sólo beneficiar a quien produce los alimentos de manera homogenizante, y de las prácticas que no protegen ni generan ningún vínculo con la identidad.

Tenemos que tener mucho cuidado en ese sentido porque la cocina tradicional no está en buen momento en el sentido global, pero a partir de que sus factores sociales toman en su poder las decisiones, cambian la realidad. Me parece muy importante que se plantee que tenemos problemas pero que tenemos cómo solucionarlas: no dándole voz, porque no somos nadie para dar voz, sino escuchar a quienes son parte fundamental de ello.

  • En México se presentan dos escenarios en contraste: como dices por un lado es uno de los países que tienen mayor problema de salud en alimentación, la obesidad, por ejemplo, pero también es uno de los países con mayor riqueza en cuanto prácticas alimentarias. ¿Cómo explicarías esta situación?

Yo diría que tenemos, por suerte, que nuestra identidad se construye bajo el sistema y estructura de los pueblos indígenas. La sociedad que tenemos es una combinación, mestiza […], y las prácticas indígenas continúan porque [los pueblos indígenas] están vivos ahí todavía, porque tenemos practicantes de lenguas, prácticas indígenas, se reconocen, vienen con nosotros a decirnos que estamos muy mal, que tenemos problemas de salud, de alimentación y no estamos comiendo adecuadamente; lo que está en nuestro plato no sabemos ni cómo se producen ni cómo se transforma.

La agroecología, por ejemplo, es nueva pero eso ya lo practicaban desde hace mucho tiempo las comunidades de este país. Entonces, es poner en juego la importancia del diálogo, de la construcción social, de la valorización de los elementos, el reconocimiento y valor intergeneracional y entonces me parece muy importante que así como vivimos un avasallamiento de las transnacionales de los alimentos, quienes han resistido como política de vida nos está diciendo “ojo”. Pienso que se está rompiendo este tejido pero que hay modo de cómo remendar.

  • ¿Cómo podríamos, entonces, encontrar ese hilo conductor que nos haga remendar este tejido social?

Algunas de las preguntas más importantes son: ¿quiénes somos?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué queremos?, ¿qué fue lo que nos conformó como seres humanos, como parte de un sector de la sociedad?, ¿por qué comemos lo que comemos, o por qué dejamos de comerlo?

No todas las prácticas alimentarias tienen que precisamente quedarse para siempre: unas se transforman, unas desaparecen, unas son nuevas. Entonces, lo que tenemos que hacer es preguntarnos cómo nos alimentamos, y a partir de ahí preguntarnos hacia dónde vamos. No podemos construir algo si no tenemos claro quiénes somos ni a dónde vamos ni qué estamos haciendo; no sólo preguntamos qué queremos comer sino dónde vamos como personas. Como miembros de una sociedad, ese hilo que nos unía —tener preocupación por el viejo, por la joven, por la identidad–, ya no la tenemos; entonces, tenemos que volver a tenerlo.

  • Dices que preguntarnos quiénes somos sería un primer paso, pero existe quizás un sector de la población que no está consciente de la problemática ni siquiera para lanzar la pregunta. ¿Habría alguna guía para quienes no sabemos de estas prácticas que podría orientarnos a hacerlo?

Más que una guía, primero hay que saber qué queremos; también es válido decir “este tema no nos interesa” […]. Lo primero es que tenemos que hacer es conocernos, y ese es un trabajo individual, no colectivo: ¿de dónde vengo? […].

Todos tenemos que preguntarnos de dónde venimos, y vamos a encontrar [en nuestro antecesores] a alguien que sembró o produjo alimentos o alguien que hablaba una lengua indígena. Reconocernos nos va a hacer más allá sólo de sentirnos bonitos, sino saber que tenemos una herencia que tenemos que cuidar, porque al final hay otras generaciones –no sólo nuestros hijos, pueden ser nuestros amigos, familiares, alumnos, compañeros de trabajo– a quienes tenemos que decirles que hay que cuidar esta identidad […]. Es reconocer que tenemos una identidad que se conforma partir de las prácticas alimentarias.

  •  Recién se celebró el Día de la Mujer Rural (15 de octubre). ¿Por qué consideras importante reconocer a este sector?

Yo tengo siempre un conflicto con las celebraciones porque es como anunciar algo que ya logramos y en verdad todavía falta mucho camino por recorrer. En las mujeres rurales tenemos problemas de equidad de género, de tierra, salarios, salud, educación, alimentación; entonces, están muy bonitas detrás de una olla molera pero no tiene ningún derecho.

Pienso, y esto es una cuestión totalmente individual, más que conformar una fortaleza para celebrar debería ser más allá de un solo día […]. Una mujer rural no se cría sola, sino que tiene que consultar, que conocer, que llevar a cabo las prácticas culturales que realizan desde su comunidad; la mujer rural no está sola, es una colectividad y si no reconocemos la diferencia, no vamos a avanzar.

  • ¿Cuál es la importancia de mantener prácticas de la cocina tradicional mexicana?

Traemos una discusión de antes sobre qué es la tradición y que si la tradición es estática o no, pero es una pregunta que deben definir los filósofos, los practicantes, académicos […]. Pienso yo que en las cocinas, en los platos, está la vida. Ahí la lucha es por la vida. Cocinar, plantar, recoger, recolectar, es una lucha por no morir.

Más allá de trabajar y conformarse y capacitarse, que es muy necesario, estar de este lado, al lado de ellas, participar junto con ellas es para que haya más generaciones que la conozcan (a la cocina tradicional), la practiquen, porque la cocina popular, la cocina de los pueblos, va encaminada no sólo a preparar sino a proteger la vida: sin ellos no hay agua, no hay aire, no hay biodiversidad, no hay ninguno de los beneficios que nos da la relación hombre-naturaleza. Hay que poner en juego desde el principio que la relación con el campo es más allá de la comida, sino del derecho de la vida.

“La relación con el campo va más allá de la comida, es el derecho a la vida”.

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