De aquí p’ allá… Los que van o vienen
El continente africano es considerado como la cuna de la humanidad y fue gracias a la migración que el ser humano ha llegado a establecerse en casi toda latitud.
Cubrir territorio a pincel, primero que nada; con el ‘cómo sí’ por delante y estómagos demandantes, la antigua costumbre de comer (¿tres veces al día?) para existir… ¡ahhh, la existencia! – tener vida y considerarse real, dar cuenta de estar y haberse en un territorio con el horizonte a su merced, uno como el de Galeano que con cada paso se aleja otro. ¿No te resulta interesante poner sobre el imaginarium las probables aventuras de aquellos grupos primigenios? …aquellos primeros utopistas.
De vuelta al tajo. Al paso del tiempo, el humano se las ingenió para valerse de los animales y así cubrir mayores distancias transportando también otras cosas, ya sobre ellos o a fuerza de su tiro. Se valió también del viento y el remo sobre el agua (con los atados de ramas, carrizos u otros como primeros intentos) hasta llegar la era de la navegación y la humanidad vuelve a conocer el mundo en un supuesto “descubrimiento y colonización”.
Carretas, máquinas de vapor, motores de combustión interna son la rápida sucesión en cuanto a los medios de transporte que permitieron ir aumentando la cantidad de materiales o pasajeros a desplazar.
Casas de postas, garitas, puertos, aeropuertos, estaciones ferroviarias y centrales de autobuses han sido y son los lugares que conectan el transitar masivo humano; pero es en las centrales camioneras donde se pueden apreciar con mayor detenimiento ciertos matices del desplazamiento humano; sobre todo en estas fechas.
Los motivos son varios: diversión, negocios, amor, trabajo, comercio, reuniones familiares… el tipo de equipaje no debe desestimarse: cajas de cartón, maletas duras o suaves (la mayoría ya con llantitas), fardos de lona, huacales, backpacks, hieleras o hasta simples bolsas, conteniendo además de ropa: alimentos, muestras de quién sabe qué, dulces, botellas, equipo de cómputo, cámaras, artesanías, fruta…pedacitos de historias, de la tierra, del quehacer de alguien, comida regional que vuelve el alma al cuerpo, bebidas que remontan a la tradición, viejas fotografías o recuerdos de quienes ya partieron de la vida, sortijas en espera de llegar al dedo de alguna novia y tanto y tanto más.
Esos lugares son de preguntas:
¿para dónde va? ¿tiene salidas a…? ¿su método de pago? ¿qué asiento prefiere? ¿sabes que te quiero? ¿tiene baño? ¿cuántas horas tarda? ¿a qué hora sale? ¿está formada? ¿olvidas algo?…y mi favorita, que sucedió en una pequeña estación en donde únicamente existe una taquilla, bien marcada ella con unos paneles tan luminosos que hasta de día alumbran: disculpe, ¿sabe dónde está la taquilla? – ante la expresión atónita del interpelado que contestaba con un SÍ, AQUÍ – en extremo amable y por demás obvio.
También son plataforma de sentencias:
Llámame cuando llegues. No hagas locuras. Pórtate bien. Estudia mucho. Por nosotros no te preocupes. Llega con bien. Buen camino. Te voy a extrañar. Piensa en mí. No te olvides de rezar. Come, que estás en los huesos. Te vas por la sombrita. Haz ejercicio. Salúdame a todos. Derechito a tu casa. Dile a mi mamá que la quiero. No te desveles. Pásatela bien. Nos vemos a tu vuelta.
Son puntos donde la vibra de la raza se concentra muy denso, pues. Tal vez, algún día, un equipo de científicos y poetas puedan transformar la fuerza de tantas lágrimas, besos, caricias, sonrisas, miradas, abrazos y palabras para reconfortar a unos y dar fuerza a otros; ya sea a los que van o vienen – que somos todos.