Trigo, maíz y arroz, los tres cereales que alimentan al mundo
Hace 10.000 años un ser humano plantó —por primera vez— unas gramíneas silvestres en algún lugar de Oriente Medio. Para atinar más, unas semillas de la especie Triticum, que son las que 2.500 años después dieron lugar al trigo tierno. Aquello fue un hito fundamental en la historia de la humanidad. Ese primer cultivo fue el origen de la agricultura, el germen de las ciudades, el comienzo del sedentarismo, el primer minuto de lo que hemos sido y de lo que somos desde entonces, señala un artículo del periódico El País.
Hasta aquel momento, el Homo sapiens era nómada y comía lo que literalmente se encontraba por el camino. Caza y pesca, ya sabemos. Cultivar y domesticar estas gramíneas, a las que en pocos cientos de años se sumaron variedades de arroz y los antecesores del maíz en otras partes del planeta, fue el principio del ser humano actual. Tras el trigo llegaron el farro y la cebada o los guisantes, lentejas y garbanzos.
Se domesticaron también los animales, como cerdos y ovejas. Y el ser humano ya nunca miró hacia atrás. Pero volvamos a dar un enorme salto en el tiempo —de 10 milenios, nada menos— y situémonos ahora en un supermercado moderno de un país de ingresos altos, de los llamados “ricos”. Uno de esos lugares donde encontramos alimentos de todos los sabores y colores.
En el centro vemos carnes, verduras, frutas y un sinfín de latas, bolsas, paquetes y botellas. Al entrar, pocos pensamos ya en maíz, trigo o arroz, salvo que vayamos a hacer una paella o a asar unas mazorcas. Y, sin embargo, esos tres cereales siguen siendo los elementos básicos de la dieta del Homo sapiens moderno.
Fijémonos mejor en los estantes del supermercado. Exacto: maíz, trigo y arroz. Están por todas partes, mucho más presentes de lo que parece. Pensemos en panes, pizzas, tartas, pastas, harinas, bollos, etc. Y en su presencia indirecta, ya que los tres cereales —juntos o por separado— también han servido de alimento principal e indispensable para las vacas, cerdos y aves que producen gran parte de la carne, la leche y los huevos del mundo.
Así se entiende que ese trío de cereales sea la verdadera base de nuestra alimentación. Entre los tres aportan aproximadamente el 42,5% del suministro de calorías alimentarias del mundo. Y no solo calorías —la energía que nos permite vivir— porque, aunque el lector no lo sepa, el trigo aporta más proteínas que las carnes de ave, porcino y bovino juntas.
Durante milenios, a medida que la población crecía y tendía a concentrarse en los grandes imperios o civilizaciones de la historia, la mayoría de la gente dependía de esos tres cereales para comer. Si la cosecha era abundante, era un buen año. Si era mala —lo que dependía en gran medida de la lluvia y de la salud de las plantas— o los suministros fallaban, la gran mayoría pasaba hambre.
Pero, en general, el hambre en las zonas rurales no ha preocupado demasiado a los poderosos a lo largo de los siglos. La falta de comida en las capitales, en cambio, ha sido siempre otra cosa. A medida que trabajadores o campesinos llegados en busca de algo mejor se agolpaban en las ciudades, su alimentación empezaba a preocupar en los centros de poder.
Muchas de las mejoras agrícolas más importantes han surgido de la necesidad: de esa necesidad de garantizar alimento suficiente para una población creciente. Bueno, sobre todo, para los habitantes de capitales y grandes ciudades. Así sucedió con la última gran revolución agrícola, que llegó tras la II Guerra Mundial. Porque el hambre es prácticamente una garantía de revuelta. Una de las muchas causas de los grandes cambios políticos.
El reto que hoy tenemos es producir lo mismo —o más— con menos. Menos tierra, menos agua, menos químicos, menos emisiones, etc. Por ahí es por donde empezar la revolución agrícola que viene. Una que, si se acompaña de voluntad política, nos permitirá ofrecer una alimentación adecuada para todos. Y generar trabajo y medios de vida para miles de millones de personas.
Producir cuidando y protegiendo los recursos. Dando aire al planeta, para que se recupere del estrés al que le hemos sometido. Y contribuyendo incluso a mitigar los efectos de nuestros abusos, como el cambio climático.
Nuestros tres cereales favoritos seguirán siendo importantes. De hecho, la FAO ha estimado que, en 2050, la demanda mundial de arroz, maíz y trigo alcanzará casi los 3.300 millones de toneladas al año. También tendrán relevancia las patatas.
Parece que a nuestros tres cereales aún les queda un largo reinado, que se extiende ya por miles de años. Pero quizá la competencia con el resto de cultivos y productos deje de ser tan desleal. Desde luego, insistimos, es un reto añadido: tenemos que conseguir alimentar a mucha más gente, proteger los recursos naturales y, al mismo tiempo, garantizar una dieta más variada y una mejor nutrición para todos.