Más allá de las fronteras: la revolución en el consumo de alimentos orgánicos y agroecológicos
El consumo de productos agroecológicos se vuelve una realidad en Latinoamérica. Pero no es solo comer productos libres de agroquímicos, también es generar nuevas dinámicas
Reportería y redacción: Charo Zeballos, Arleth García y Mariana Beltrán
Reportería y transcripción: Nery Chi, Arleth García y Mariana Beltrán
Reportería y curaduría: Charo Zeballos
Edición: Javier Roque
Coordinación: Zoila Antonio Benito
Todas las semanas, Chío y otras compañeras (quienes prefieren no compartir sus nombres por cuestiones de seguridad) popolocas (pueblo indígena de México que vive en localidades entre Puebla y Veracruz) venden tlacoyos, tortillas y demás productos en un mercado agroecológico de pequeños productores y estaciones del metro de Ciudad de México. Ellas mismas cosechan el frijol, la calabaza y el maíz azul que utilizan para su elaboración. Lo hacen sin agroquímicos ni pesticidas, como parte de su trabajo en la colectiva Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia.
Esta fue fundada por ellas para romper con la tradición machista de sus hogares. Todas viven en Milpa Alta, una alcaldía rural de Ciudad de México donde, como en el resto del país, las mujeres sufren discriminación y violencia de género. Lo que sucede allí con la agricultura es un reflejo de ello. De acuerdo con datos del Registro Agrario Nacional (RAN), solo el 27 % de los propietarios de núcleos agrarios son mujeres y apenas el 8 % de estas presiden comisariados ejidales.
En mayo de 2020, la colectiva se aseguró dos pequeños terrenos donde cosechar. Hoy, sus integrantes utilizan los saberes y fogones heredados de sus madres y abuelas para luchar contra la violencia de género, empoderarse económicamente y promover una alimentación sustentable para su comunidad y el medio ambiente.
Por eso, aunque muchos no lo entiendan, venden sus tortillas al doble de lo usual.
—La diferencia es que usamos maíz nativo, no de Monsanto
—, dice Chío, quien también es psicóloga educativa.
—Detrás de una tortilla (nuestra) hay diez meses de trabajo. Es tan normal encontrar este alimento que nadie se cuestiona cuánto tiempo hay detrás ni si es de maíz transgénico.
En efecto: el consumo de productos agroecológicos en América Latina y el Caribe va mucho más allá de poner vegetales sin agrotóxicos en las mesas. En cambio, remonta a formas ancestrales de producción e invita a pensar nuevas relaciones entre productores y consumidores.
Ambientalistas piden al gobierno federal mantener compromiso con soberanía alimentaria
En América Latina y el Caribe, a pesar de las dificultades, movimientos rurales e indígenas como la colectiva de Chío apuestan cada vez más por la agroecología y la soberanía alimentaria como una alternativa al sistema neoliberal de monoproducción y comercio internacional.
Este reportaje pone la lupa sobre el consumo de productos agroecológicos en Argentina, Perú, Venezuela, México y Ecuador, una actividad que, más que un lujo para ciertas élites, es un derecho de todas las personas y una responsabilidad de los Estados.
Producir lo necesario, redistribuir todo
Según un informe de la Federación Internacional de Movimientos de Agricultura Orgánica (IFOAM) y el Instituto de Investigación de Agricultura Orgánica de Suiza (FIBL), a pesar de que América Latina y el Caribe dispone de ocho millones de hectáreas bajo producción orgánica, el consumo per cápita de este tipo de productos en países como México y Perú fue de apenas 1.5 dólares en 2019, muy por debajo del registrado en América del Norte, Europa y Oceanía.
Es importante destacar que orgánico no es sinónimo de agroecológico. La agricultura orgánica mantiene monocultivos, depende de insumos externos y no está basada en principios agroecológicos.
Además, de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), en 2021 el precio de la canasta básica aumentó 42 % en el área respecto al año anterior, algo que afecta directamente la capacidad de consumo de las familias.
Las experiencias concretas de Ecuador, Perú, Venezuela, México y Argentina dan cuenta de la necesidad de pensar políticas que alimenten a las poblaciones desde la producción de cercanía. Esta involucra a sus habitantes en el proceso, garantiza alimentos de calidad y adecúa el consumo poblacional a los productos de estación.
En este sentido, los cordones de producción local agroecológica son fundamentales para pensar tanto en una alimentación más saludable y sustentable, como en el «precio justo» de los alimentos.
—La agroecología no es solo una forma de producir sin agroquímicos, o con menos de estos—, dice Luis Mosse, sociólogo del Centro de Investigación para la Agricultura Familiar de Argentina—. Implica prácticas productivas diferentes a las del modelo tradicional, pero también incorpora criterios sociales y ambientales. Entre ellos, el de comercialización de cercanía.
Bajo el concepto “precio justo de la agroecología”, cada vez más campesinos, ONGs, gobiernos e instituciones académicas de América Latina y el Caribe apuestan por este tipo de prácticas.
Es lo que sucede en la Feria de Alimentación Sana del Parque Oliver, en La Pampa argentina. Surgió en 2013, cuando varios productores locales decidieron poner sus huertas al servicio de la comunidad. A diferencia de los mercados tradicionales, donde impera la ley de oferta y demanda y las frutas y vegetales suelen encarecer el precio de la canasta básica, acá los productores toman en cuenta la capacidad adquisitiva de los consumidores.
—Tiene que ser accesible—, afirma Horacio Farias, miembro de la asamblea de la Feria—. No podemos cargar el precio de todo. Tiene que ser un precio intermedio entre el esfuerzo del productor y lo que el consumidor puede pagar.
Más al este, en La Plata, Provincia de Buenos Aires, algunos productores agroecológicos, en conjunto con la Universidad Nacional de La Plata y el Instituto de Tecnología Agropecuaria (INTA), conforman La Justa: una red de organizaciones sociales, comunitarias, políticas y culturales enfocada en asegurar a la población productos de la economía popular regional, incluidas frutas y verduras agroecológicas.
Agustina Florin, clienta de uno de los puntos de venta de esta comercializadora, asegura que si bien los productos locales son más caros, vale la pena pagarlos.
—Traen muchos más beneficios a la salud porque son de la huerta al consumidor—, dice.
También lamenta que no haya conciencia general sobre la importancia de apostar por este tipo de productos, cuyos modelos de producción protegen la biodiversidad y mitigan los efectos del cambio climático.
Según Roberto Gortaire, fundador del Colectivo Agroecológico del Ecuador (CAE), en ese país existen al menos 140 circuitos agroecológicos de comercialización integrados por unas quince mil familias productoras y más de veinte mil familias consumidoras estables. De esta forma, los mercados agroecológicos captan actualmente entre el 5 y el 6 % del consumo de alimentos del país.
Algo similar, aunque a menor escala, sucede en la periferia de Lima, Perú. Allí, inspirada en colectivas como la Federación Popular de Mujeres de Villa el Salvador (FEPOMUVES), Cusy Mejia, co-fundadora de Casa Tacarigua comenta que han capacitado a más de cincuenta lideresas comunitarias en la creación de huertos agroecológicos que sustentan programas de “ollas comunes”. Con esto, no solo atienden las necesidades alimenticias básicas de las mujeres del distrito, sino también la de decenas, incluso centenas, de migrantes sin recursos.
“La agroecología no es solo una forma de producir sin agroquímicos, implica prácticas productivas diferentes al modelo tradicional e incorpora criterios sociales y ambientales, como la comercialización de cercanía”.
Un camino lleno de obstáculos
Si bien los anteriores son unos pocos ejemplos de proyectos agroecológicos activos en los países investigados, lo cierto es que la revolución del consumo de este tipo de productos parece estar en sus fases iniciales, a expensas de sortear muchas dificultades.
A pesar de que el Estado venezolano ha promovido la agricultura hiperlocal para paliar el encarecimiento de la canasta básica, esta no ha prosperado por falta de cultura e insumos.
—Creo que más allá de educar, es también dar las herramientas y los lineamientos—, dice Zaida Di Viccenso, gerente de Monarca, una distribuidora de productos agroecológicos de Caracas.
Las integrantes de la cooperativa 8 de marzo, en la comunidad de Palo Verde, también en Caracas, producen y comercializan pastas con vegetales libres de pesticidas. Sin embargo, su apuesta por la agroecología es casi una rareza en esa ciudad. Yamileth Villegas, una de sus integrantes, menciona que en la región “casi no se dice nada” sobre ésta.
Impulsar uso de técnicas de cultivo ancestrales ayudaría a bajar precios de alimentos
La poca difusión sobre la importancia y los beneficios de la agroecología es un denominador común. Paula Karavanski, una consumidora peruana, considera que debería haber más comunicación y concientización respecto a este tema.
—Siento que el interés y el conocimiento están en una pequeña parcela social. Hay un estigma en el tema de los costos, de que llevar un estilo de vida saludable es más caro, sobre el que hay que trabajar.
Lo mismo sucede en Ecuador. Según Esthela Escobar, allí los precios de los productos agroecológicos son accesibles. Sin embargo, el gran problema radica en el desconocimiento y la falta de promoción sobre esta clase de alimentos.
Como ella, Alma Osiris y Ritz Osalde, consumidores no binaries, opinan que, si bien es posible conseguir alimentos agroecológicos a precios accesibles en México, muchas veces las cadenas de supermercados abusan de la “etiqueta verde” para subir sus precios, lo que agudiza la desigualdad en cuanto a su accesibilidad.
Los retos están ahí, pero la experiencia de proyectos como Mujeres de la Tierra, Mujeres de la Periferia; la Feria de Alimentación Sana o el Colectivo Agroecológico del Ecuador demuestran que se puede alimentar a todas las personas de forma sana y diversa a partir del compromiso con los agroecosistemas.
Esto no solo posibilita la renovación de los suelos. También impulsa el empleo y la producción local a través de circuitos comerciales cortos, así como la organización de mujeres y personas LGBTIQ+ en cooperativas de alimentación.
Para alcanzar la soberanía alimentaria de los pueblos “nuestro-americanos”, como los llamaría el cubano José Martí, es imprescindible avanzar en políticas públicas que concienticen no solo sobre la importancia de consumir productos agroecológicos, sino también de implicarse como comunidad en su proceso de producción. Asimismo, estimular la creación de nuevos proyectos de este tipo, los cuales resultarían tan positivos para el medio ambiente como para las comunidades vulnerables de cada país latinoamericano.