Gloria Petra Moxo Ramos, una vida dedicada a echar gorditas al comal
Yo les digo que no se avergüencen de este trabajo porque de ahí saqué adelante a mis hijas
PUEBLA, MÉXICO.- No esperaba encontrarla. Cuando entré al templo estaba ahí, arrodillada a los pies del Señor de la Resurrección. Vestía una blusa blanca bordada a mano, igual que las ropas de la imagen de Jesucristo que veneraba. Su mirada profunda y oscura, fija y sin aparente parpadear, clavada en el rostro del ser celestial en el altar frente a ella. En sus manos cargaba sin pesar la ofrenda que año con año regresa a dedicarle: un par de gorditas en gratitud por los bienes recibidos.
Esta fue la primera imagen que tuve de Gloria Petra Moxo Ramos, una cocinera tradicional de la junta auxiliar de La Resurrección, al noroeste de la capital poblana, donde cada año para finalizar con los rituales de la Semana Santa se lleva a cabo el llamado Festival de la Gordita, un evento que aunque incorpora un elemento gastronómico imprescindible para todos los poblanos, como muchas otras tradiciones del estado y el país, se trata de una ceremonia sincrética religiosa.
Oficialmente se hace desde hace 12 años por iniciativa del párroco del lugar, pero tiene décadas de tradición pues aquí el maíz, producto principal para la elaboración de este platillo emblemático de la comunidad, es su fuente principal de ingresos.
Gracias a Dios de que yo empecé a donar las gorditas me subió la mitad mis ventas, antes no vendía eso, yo vendía muy poco”, me dijo entre amable y nerviosa doña Petra, cuando la abordé en el pasillo de la iglesia esperando a conocer su historia.
En el atrio de la iglesia había casi 300 cocineras más ofreciendo comida gratis a miles de visitantes, pero hasta entonces sólo ella se hizo un espacio en el ajetreado día para llevar hasta el altar una probada del platillo al santo patrono de La Resurrección.
Un poco más calmada tras romper el hielo, me contó que desde hace 45 años hace gorditas, pues fue su madre quien le enseñó. Cuando se casó y las hijas y más necesidades se hicieron presentes en la familia, y al ser el sustento de la casa comenzó a vender tortillas tres veces por semana. Más tarde, empezó a trabajar en la venta de gorditas cerca del Parque Industrial de La Resurrección por al menos nueve años; después se mudó al lugar donde hasta ahora comercializa este platillo, en la colonia San Manuel.
Kilos de gratitud y masa acompañan el XII Festival de la Gordita en La Resurreccióm
Descubro en su silencio que no sabe claramente qué más quiero saber, no entiende qué más tendría que decir. Entonces la cuestiono sobre cómo comenzó a cocinar este manjar de Puebla.
Doña Petra piensa un poco. Regresa cinco décadas en su memoria, esboza una sonrisa que alcanzo a notar debajo del cubrebocas, justo en su mirada, y al instante expresa una alegría que se le desborda en sus manos juguetonas, retorciendo el mandil amarrillo que lleva puesto, entre sus dedos: del índice al medio y al anular, luego a la mano izquierda y regreso. Subo la mirada de nuevo a su rostro sólo para descubrir la imagen que instantes antes apareció en su mente, y me platica:
Cuando tenía como 7 años íbamos a vender en Bosques de Manzanilla, pero como no había transporte llevábamos en un burrito las cosas. Le cargaba al burrito la leña, porque antes se usaba el tecuil con leña, no como ahora con gas; el comal de barro lo llevaba mi mamá en su mano cargando, lo tapaba con un trapo o un mantel y lo amarraba; y ya nosotros llevábamos algo, aunque chiquitos pero nos ponía mi mamá a cargar que el garrafón de agua o algo que aguantáramos”.
Mientras habla, pienso en la Puebla rural de hace unas décadas, aquellas que nos platicaba el abuelo Antonio, cuando los límites de la capital no llegaban más allá de los barrios de Analco, La Luz o San Francisco, y hacer un viaje hasta la junta auxiliar de La Resurrección o San Baltazar Campeche, eran una expedición que tomaba todo el día.
Actualmente la carretera que corta por la mitad esta junta auxiliar permite ya el paso de varios transportes, pero a pesar que la ciudad devoró poco a poco la ruralidad de este sitio, sus habitantes de origen indígena no han permitido el consumo de sus tradiciones. El náhuatl continúa siendo el idioma de gran parte de la población, que ahora es bilingüe; y la siembra del maíz, que gracias a las mujeres de la comunidad se convierte en delicias gastronómicas, forma parte importante de su fuente de ingresos.
Petra suelta el mandil, como de nuevo dejando descansar en el pasado aquél recuerdo inocente que hice por fuerza traer de nuevo a su presente. Me mira y espera calmada mientras observa cómo otros fieles entran al templo, tocan la imagen del Señor, se persignan y luego, uno a uno, pasan de largo junto a nosotras casi ignorando el favor que ella y otras cocineras tradicionales del lugar pidieron al mismo santo: que la masa alcance para todos los turistas que llegan a comer.
Caminamos dos pasos a la izquierda para no entorpecer el paso mientras le pregunto si sus hijas siguen en el mismo oficio. Pero me quedo con la mitad de la pregunta en la punta de la lengua y exclama: “¡Ay, ya se cayó mi ofrenda!”. El afán de los fieles por obtener la bendición del Señor de la Resurrección, llevó casi al piso el agradecimiento de esta cocinera tradicional.
Petra camina lento. No supe adivinar si esperando a que pasara la gente o los pasos cortos se debían a que su falda a la rodilla apenas le permitía avanzar. Con devoción vuelve a su lugar el par de gorditas en el plato, las coloca encima de un gran ramo de flores. Da la vuelta satisfecha por el logro y m e responde:
Estoy feliz. Yo les digo que no se avergüencen de este trabajo porque de ahí saqué adelante a mis hijas pues aunque mi esposo trabaja gana poco, y de vez en cuando ahí vamos sacando”.
Igual que ella comenzó ayudando a su madre cuando era muy pequeña, así lo hicieron sus hijas, quienes heredaron los secretos de cómo hacer los antojitos, pero ser cocineras tradicionales ya no es su labor. El esfuerzo de la señora Petra llegó a los límites de sus posibilidades físicas para dejarle a su descendencia una vida distinta. Sus hijas ahora son profesionistas en otras áreas, incluso migraron a otros estados para obtener mejores empleos.
Sus nietas son ahora en quienes podría continuar el legado. Las palabras de la señora Petra me demuestran que la fe puesta en ellas para que no abandonen la cocina tradicional es casi igual de grande que la devoción que le tiene al Señor de la Resurrección.
La nostalgia me invade, pues sus frases me recuerdan un tanto a las de mi abuela y de mi madre: “si creemos en él, nunca se olvida de nosotros”. Fueron las últimas palabras que me dijo antes de regresar al atrio de la iglesia, donde el comal la esperaba para seguir alimentando con gorditas la fe de los turistas.