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Familia Guasch Inglada y las albóndigas a la catalana

Luisa Rentería

PUEBLA, MÉXICO.- No es de extrañarse que en Puebla y México, hasta hace 10 años o menos, los restaurantes más populares fueran de comida italiana, libanesa y española. Esto de ninguna manera tiene que ver con el sincretismo heredado por los conquistadores, sino por la constante inmigración de europeos a tierras mexicanas a principios del siglo pasado.

La llegada de españoles a México y Puebla, a principios y mediados del siglo pasado, impulsada por la Guerra Civil Española (y posguerra), fue un evento que hasta la fecha sigue siendo de gran importancia, esto gracias a que con ellos trajeron, no solo a su familia, sino su cultura, mano de obra y gastronomía.

Rosa María Guasch Inglada es catalana, quien vivió la etapa de la posguerra en España con sus papás, tíos y abuelos, ella es la mayor de cinco hermanos, tres mujeres y dos hombres.

“Tal vez no me acuerdo de qué comí ayer o qué hice la semana pasada, pero mi infancia en España y la época de la posguerra es algo que no se me olvida por nada”

¿Cómo viviste esa época?

Me gusta platicarle a mis hermanos y amigos que en esa época no teníamos el lujo de comprar tenis y zapatos como ahora, más bien comprábamos tres vestidos para todo el año: ropa de verano, ropa de invierno y el de ‘gala’, y además era solo para los que podían pagar o hacérselos. Yo fui a una academia y por lo tanto no llevaba uniforme.

“De los pantalones de mi abuelo Enrique, mi madre me hacia falditas, jumpers y le bordaban cositas con colores”

Platícame de tus papás

Cuando estallo la guerra, en 1936, mis papás tenían 14 años, mi mamá solo era más grande por 21 días. Ellos se conocieron más adelante, cuando tenían entre 15 y 16 años. Mi mamá era una mujer extremadamente guapa y mi papá lo era de coqueto. A mi papá no le gustaba estudiar así que su papá lo metió a trabajar con un señor que te tenía una tienda de licorería y perfumería en Las Ramblas (Les Rambles), un paseo de Barcelona entre Cataluña, el centro neurálgico de la ciudad y el puerto antiguo. Así que mi papá entro a trabajar ahí y él estaba encantado porque cerca de ahí estaba el Barrio Chino (risas) un lugar famoso de mujeres, porque los marineros llegaban a esa zona y todas las mujeres estaban ahí, así que mi papá, un hombre muy coqueto, le encantó la idea porque las muchachas iban a comprarle el pintalabios, rubor y todas esas cosas. Al final, como estaban los bombardeos la gente no podía quedarse mucho tiempo en los trabajos así que salían a caminar y en una de tantas caminatas, mi papá vio a mi mamá y se le acercó para hablar con ella así que empezaron a salir tiempo después. A comparación de mi papá, mi mamá amaba estudiar, era una mujer muy culta y curiosa, pero tuvieron que dejar la escuela por la guerra.

¿A qué se dedicaban tus abuelos maternos?

Mi abuelo era obrero, además siempre había cotizado en sindicatos, cosa que en ese tiempo estaba prohibido, así que lo hacía a escondidas. Un día -con cinco hijos, su esposa y su suegra- lo corrieron de su trabajo tachándolo de republicano. Mi abuelo Antonio llegó a la casa con mi abuela y le dijo lo que había pasado, pero él siempre fue una persona muy trabajadora, nunca se desanimó, y tampoco es que pudiera en esa época con tantos hijos que mantener, pero se fue a la Central de Abastos de Barcelona, el Mercat del Born donde llegaban todos, así que fue a buscar trabajo allá y le daban una peseta diaria y comida de lo que sobrara: unas papatas, unas coles o lo que fuera. Después empezó a trabajar en una peletería de unos judíos rusos, que se llamaba Tabpioles y Pirretas, él se encargada de clavar la piel a las tablas para extenderla y ver los pedazos que se podían aprovechar pero, resulto que era asmático y era alérgico a la piel así que lo dejo, para ese entonces la cosa ya estaba un poco mejor después de la guerra y por último trabajo como embalador, se dedicaba a hacer cajas y llenarlas de paja para que al transportar los garrafones de vidrio con cosas químicas, no se rompieran, y así hasta que se jubiló.

Mercat del Born o El Born

¿Y tus abuelos paternos?

Cuando mis papás se casan, a los 18 años, se fueron a vivir a casa de mis abuelos paternos. En ese entonces mi mamá ya estaba embarazada de mí. Mi abuelo era el jefe de conserjes de la Cámara Nacional de la Industria. Mi abuela trabajaba en una fábrica donde hacían botas para los militares y ella trabajada desde casa. Solo iba a la fábrica por el cuero y en su casa las cosía.

¿Cuánto tiempo viviste tú en Barcelona?

Yo viví allá hasta los 14 años. Toda mi niñez y parte de mi adolescencia la viví allá. Aprendí a brincar la cuerda con mi mamá y mi abuela. Reconozco que fui como un niño con vida de adulto, y es que la época lo exigía, además mi mamá se embarazó muy joven y no sabía ser mamá, así que tuve que crecer muy rápido. Recuerdo que, por parte de mi papá, su familia siempre tuvo dinero, si acaso nos quedábamos sin comer era porque la comida no llegaba a la central, pero no por falta de dinero, a comparación de mis abuelos maternos, quienes sufrieron más la guerra.

¿Cuánto tiempo después se volvió a embarazar tu mamá?

11 años. Recuerdo que estábamos en una época boyante, ya había pasado la guerra y a mi papá le estaba yendo mejor. Recuerdo que Enrique nació precioso. Pasé 11 años siendo hija única y la idea no me cayó ni bien ni mal, yo no sabía, después de Enrique, a los cuatro meses se embarazo de mi hermano David y fue un embarazó de la fregada porque nació en casa y yo escuche todo. Después de eso me toco ser mamá, yo ayudaba a mi mamá con mis dos hermanos y por eso crecí tan rápido. Más tarde estando en México, cuando yo tenía 18 años nació mi hermana Diana y yo ya estaba harta de niños así que desee mucho que naciera una niña y recuerdo que le dije a mi mamá que si era una niña yo quería ser la madrina y elegiría el nombre, pero si era un niño se olvidará de mí. Después, cuando tenía 21 años nació mi última hermana Maribel.

Rosa María, Enrique y David.

¿En qué momento decidieron viajar a México?

Mi papá trabajaba en una empresa de material eléctrico y ganaba comisiones muy bien. Él se quería comprar una moto para no andar a pie y mi mamá le decía que se comprara un piso para no pagar renta. Total, que un día le hablan de México, un amigo, donde le ofrecían mucho más dinero y prometía ser mejor. Para eso, mi tía, hermana de mi mamá, ya casada, vivía en México con mi hermana así que nos pintaron a México como el paraíso, un poco cierto y otro porque mi tía no quería estar sola y extrañaba mucho a mi mamá, así que mi papá se fue a México un año solo, para ver cómo estaba la situación y le gustó mucho así que mando por nosotros y nos venimos en barco.

Mi papá trabajó en ese tiempo como agente comisionista, él te vendía hasta paletas en el polo norte (risas). Mi tío José conoció a unos judíos en México y ellos siempre estimaban a los españoles, así que le redactaron una carta para que pudiera entrar a México, una vez estando aquí, mi papá vendía de todo en la Lagunilla: camisas, pantalones, chamarras…

En el puerto de Barcelona para tomar el barco a México, en Junio de 1956.

Llegamos a México cuando yo tenía casi 14 años y vivimos en la colonia La Narvarte, primero en casa de mis tíos y después en otra casa, después cuando yo tenía casi 18 años vinieron de España mis otros tíos y mis abuelos: una casa de tres recámaras con un cuarto de servicio. Yo dormía en una recámara con Enrique y David, mi tía quiso una recámara propia y mi tío otra con su restirador para hacer sus diseños, en otra recámara estaban mi mamá, papá y dos hermanas y mis abuelos dormían en el cuarto de servicio.

En fin, que viví con unos abuelos de lo mejor, yo era su adoración y ellos lo eran para mí. Mis hermanos eran unos torbellinos, Enrique y David no paraban y Diana y Maribel siempre fueron de lo más independientes y valientes. Mi mamá era una excelente cocinera porque mi abuela también lo fue, así que yo aprendí de ella. En casa nunca preguntábamos qué había de comer porque lo que fuera que hubiera siempre era una delicia.

Esta conversación se desarrolló en la cocina de Rosa María, preparando unas albóndigas a la catalana, platicando, riendo y ella abierta a platicarme su historia familiar.

INGREDIENTES

  • Carne de res y cerdo
  • Huevo
  • Perejil
  • Chicharos
  • Champiñones
  • Salsa de tomate
  • Avellana
  • Almendra
  • Ron o whiskey
  • Salsa inglesa
  • Ajo
  • Cebolla

PREPARACIÓN

  1. Revolver la carne con ajo picado, sal, perejil y sazonar con salsa inglesa
  2. Los champiñones no se lavan, se les retira la primera capa delgada que tienen y se cortan en cuatro.
  3. Hacer las bolitas para las albóndigas y enharinarlas para freírlas.
  4. En un mortero o molcajete, picar y moler las almendras, avellanas, ajos y perejil.
  5. Freír las albóndigas sin que se sequen, deben estar jugosas.
  6. Sacar las albóndigas y colocarlas en un plato con papel para que absorba la grasa. En ese mismo sartén y con el mismo aceite, hacer un sofrito con cebolla: poner en el sartén la cebolla picada en pedazos medianos, sofreír hasta que este trasparente y después agregar la mezcla del mortero (avellana, almendra, perejil y ajo) y volver a sofreír hasta que suelten sus jugos, sin quemar.
  7. Agregar al sofrito salsa de tomate y un chorrito de ron o whiskey.
  8. Dejar hervir un poco y agregar las albóndigas, los chicharos y los champiñones.
  9. Dejar sazonar y hervir a fuego lento por al menos 20 minutos, hasta que la salsa espese, sin mover constantemente, y apagar cuando haga ‘chup chup’, que son las burbujas explotando de lo hirviendo.
  10. Acompañar con pan

 

 

 

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