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De aquí p’ allá… Por comprobar

Vicotrópico

Tres balazos: uno entre el hallux y el segundo dedo, los otros dos flanqueando el tobillo.

Suela de llanta. Plantilla de cuero.

De cuero también la tira que por los balazos pasa para enredar en simpleza y practicidad, asegurando el paso.

Paso ligero pero firme. Decidido.

Salió al camino. Dobló senderos, aplanó montañas, hizo los valles con su paso.

Atrás dejó su jacalito. Por saber si las voces eran ciertas, quiso comprobarlo él mismo.

Martina le dió su bendición, dijo que ahí un tiempo esperaría.

Pocas canas, mucho pelo, negro y recio como sus ojos; cubrió su cabeza con un paliacate para atajar el sudor; encima el sombrero, extensión de la morada, sombra primera que guarda al pensamiento.

Sus ropas, según el costombre. Faltaba poco para desentonar.

En un costal una buena cobija para por las noches abrigar y artesanías con la intención de mercar.

Libró la sierra, tomó raites, compartió colectivos, se subió a un camión eterno en sus paradas que aumentaban en bullicio.

Llegó a su meta: la ciudad.

Preguntó por nortes, no fue fácil. Su lengua era más la de los abuelos.

Pronto notó quiebres con las voces; para vender su merca la vió difícil: dueños de banquetas, quítese de aquí, hágase para allá, aquí no se puede, autoridad con o sin uniforme haciendo lío, aquí te caes con un varo, qué quiere, no le entiendo, cuánto es lo menos y puras de áhi…

En ese mundo eran tantos y estaban todos contra todos.

Los burritos que su mujer había preparado ya eran recuerdo, añoranza; hacía hambre.

Compró lo primero que encontró y empino una soda. Su cuerpo reprochó la falta de una buena tortilla.

Supo que debía ponerse más perro para observar, la tarea de las voces comprobar.

Mucha hermana en los semáforos jugando una pelotita, los chilpayates enrebozados, extendiendo al final la manita por si la conmiseración hacía caer una moneda. Los hombres con los más grandecitos en contra esquina, limpiando parabrisas, pasando mechudos a las láminas, menester que le afligía.

Sobrevivientes en cónclave sobre el camellón, entre polvo y smog, entre autos y camiones, entre basura, entre papitas y refrescos.

Miró el horizonte, lo encontró turbio. Los ojos le picaban y lloraban.

Miró el suelo, sin tierra, sin espacio para sembrar. Sintió pena. Se preguntaba cómo comían.

Supo que los citadinos comen gracias a los campesinos.

Supo que mucho se hace en la ciudad: mucho plástico, mucha agua sucia, mucha basura, mucho daño, mucho auto.

Vio que el intento es por pretender que se perciba todo bonito.

Plantas plásticas en vez de enredaderas. Pasto que no es pasto.

Sonrisas fugaces ante teléfonos que mandan momentos a lugares inciertos. Redes que atrapan, entendió.

Ceños fruncidos, como de enojo. Comprendió que ahí la lucha era severa.

Murallas o navaja. La poca merca que le quedaba se la robaron. Algunas patadas aún dolían.

Echó en falta su machete… también la sierra, el bosque y su cielo.

Quiso pensar en Martina y la garganta se le cerraba.

¡Qué progreso ni qué nada! Las voces engañaban. Tiraba de vuelta a su coamil y su cañada.

Antes de irse, pensó…Debía agradecer la lección.

Por aquí y por allá granitos de maíz sembró. Jardineras, camellones, prados, parques, en su misión cubrió.

Pensó que tal vez así la gente recordaría y volvería en sí. Tal vez cuidarían al maicito.

Tal vez.

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