Agricultura

Agricultura orgánica, el antídoto contra la extinción

Magaly Herrera

“El suelo es un sistema biológicamente activo, con una amplia y diversificada flora y fauna, un ente vivo sobre el que se asienta la vida”, asegura el agrónomo Carlos Manuel Castaños.

El campo mexicano enfrenta grandes desafíos y, quizá, el más importante está relacionado con la producción de alimentos saludables a través de una agricultura rentable, diversa y responsable con el medio ambiente.

Para el agrónomo Carlos Manuel Castaños, investigador tenaz de la agricultura orgánica en México, existen tres factores que impiden consumar este reto: prácticas convencionales de siembra que dañan de forma severa los suelos, el mercado voraz de algunas empresas agroquímicas y la falta de compromiso en las políticas públicas que poco o nada apuestan por la reconversión de cultivos menos dañinos para el ecosistema y la salud humana.

En entrevista con La Campiña, el autor de por lo menos 17 libros relacionados con el campo nacional, aclara que la diferencia entre la agricultura orgánica y la convencional radica en el tratamiento que se le da al suelo.

“Para la agricultura orgánica el suelo es un sistema biológicamente activo, con una amplia y diversificada flora y fauna, un ente vivo sobre el que se asienta la vida; para la agricultura convencional el suelo es solamente el soporte mecánico de las plantas”, afirma.

Para la agricultura orgánica el humus –hongos y bacterias que provienen de la descomposición de los restos orgánicos benéficos para el desarrollo de las plantas- es la fuente de la vida y sus mayores enemigos son las prácticas convencionales en la agricultura como laboreo excesivo de los terrenos, la fertilización con productos nitrogenados y el monocultivo.

“A nuestros campesinos les gusta pulverizar la tierra antes de sembrar, removerla una y otra vez con el arado o las máquinas, pero desconocen que al hacerlo exponen los microorganismos benéficos en la superficie y éstos mueren. También llevan a la superficie la humedad que guarda la tierra 20 centímetros abajo. Así acaban con una parte importante del desarrollo de las plantas”.

En los cultivos orgánicos se busca la conservación del suelo en su forma natural y la fertilización de la tierra con compostas naturales que procuren la integración de otras bacterias benéficas que se derivan de los desechos orgánicos y animales.

En el manejo de plagas, explica Castaños, la agricultura convencional usa pesticidas que, por su mal manejo, cobran la vida de 28 mil agricultores al año en todo el mundo, causan severos daños a la salud humana por el consumo de alimentos contaminados y provocan la infertilidad en los suelos.

“Es triste ver cómo los campesinos exponen en la actualidad que deben usar mayores dosis de fertilizantes químicos para salvar sus cultivos de plagas y eso es muestra de que el suelo ya está contaminado. Lo están matando”.

En cambio, agrega, para la agricultura orgánica el manejo de las enfermedades “es sólo una señal de la quiebra del desequilibrio biológico y un mal manejo de los diferentes componentes del sistema de producción”.

Qué hacer

La agricultura orgánica reconoce la necesidad de continuar manteniendo y mejorando los ecosistemas existentes y recuperarlos de los impactos negativos que han producido los agroquímicos, dice Manuel Castaños y deja constancia de ello en su reciente libro “Materia orgánica y cultivos, aplicaciones técnicas”, el cual recoge un trabajo de investigación realizado en el estado de Jalisco.

Por ello, insiste, “la producción orgánica no debe orientarse sólo a producir alimentos sanos, se deben reestructurar sus componentes para convertirse en un verdadero sistema de producción de alimentos al servicio de los productores más necesitados y sus familias. Será la alternativa que se ajuste a sus necesidades, a rescatar su potencial productivo desaprovechado. En resumen: a practicar una agricultura rentable y diversificada”.

Resultados de la agricultura orgánica

A sus 85 años de edad, Manuel Castaños ha trabajado en campos de casi toda la República Mexicana como investigador, agricultor, funcionario público y académico (rector de la Universidad de Chapingo). En todos esos años ha comprobado una y otra vez la rentabilidad de sus propuestas.

Es decir, el campesino que apuesta por una agricultura orgánica obtiene una mayor rentabilidad de sus cultivos y el mismo aprovechamiento, ya que las parcelas que se siembran sin fertilizantes químicos producen lo mismo que aquellas que usan pesticidas que contaminan los alimentos y el suelo, pero a menor costo.

El problema, asegura, es que en los cultivos orgánicos los campesinos deben esperar más tiempo para que las plantas se alimenten y produzcan; en cambio, los fertilizantes tóxicos aceleran este proceso y los agricultores creen que producir más rápido es producir mejor.

“Si el pretexto de cultivar con fertilizantes y pesticidas químicos es el dinero, les puedo asegurar que el campesino que trabaja sus tierras con compostas gasta menos al final de su producción porque él mismo aprende a aprovechar los desechos orgánicos para fertilizar sus tierras y luego controlar sus plagas de manera adecuada sin necesidad de recurrir a esos agentes externos que contaminan de manera muy agresiva”.

Las instituciones y sus desafíos

En la actualidad el gobierno mexicano han comenzado a cambiar su política agropecuaria como una estrategia de seguridad nacional, pues de no hacerlo estaríamos importando el 80 por ciento de nuestros alimentos para el 2030.

“Los retos son producir más alimentos con la misma superficie, la misma cantidad de agua, pero con menos recursos financieros. Incrementar la productividad y tener costos de producción más bajos para ser más competitivos en los precios.”

Para lograrlo, Manuel Castaños afirma que es necesario salvar al campo a través de la agricultura orgánica, y para ello el gobierno federal y de los estados podrían ser los peores enemigos o los mejores aliados para lograrlo.

Las políticas públicas, propone, deben añadir un compromiso primario con el productor y el cuidado del medio ambiente: dejar de promover el uso de fertilizantes dañinos e instrumentar programas de capacitación para una nueva agricultura orgánica, la cual podría revertir los daños al suelo en los primeros tres años.

Por ejemplo, el estado de Jalisco ha conseguido hacer una alianza estratégica para que los desechos de los siete ingenios cañeros que hay en su estado y los desperdicios de los agaves que se usan en la industria tequilera, se destinen a la producción de compostas naturales para fertilizar los cultivos.

“Pero hay que tener voluntad de hacerlo, conocer el tema y trabajar de la mano con el campesino”, dice el investigador.

Puebla con gran potencial para cambiar

Si Jalisco lo está haciendo, Puebla también puede lograrlo, añade. “El desecho de los ingenios azucareros, de los mercados populares y el abono de las granjas son materia prima para comenzar a trabajar con los productores locales”.

Sin embargo, dice, es un largo trabajo para convencer a los campesinos de que la agricultura orgánica puede salvar al campo. Primero, hay que desarraigar esas prácticas convencionales del uso de pesticidas y fertilizantes químicos que llegaron a México en los años  50’s, después de la Segunda Guerra Mundial; después, enseñar al campesino a preparar sus compostas para fertilizar la tierra y controlar sus plagas de forma natural.

“Nos enfrentamos a que el campesino adquiere los fertilizantes ya hechos, los puede comprar en cualquier lado, incluso el propio gobierno se los da. El problema es que las compostas no las vende nadie, es el propio campesino quien debe prepararlas y es más trabajo, aunque a menor costo, pero es más dedicación”.

Salvar el campo y salvar la vida de sus familias

Aunque parece que la agricultura orgánica compromete mayor dedicación a los cultivos, los beneficios, además de la rentabilidad en su producción y el cuidado del medio ambiente, es salvar la vida de sus propias familias.

No se puede entender la agricultura orgánica sin tocar el tema de la toxicidad de los agroquímicos y poner como ejemplo los daños que ha causado a los jornaleros agrícolas mexicanos que trabajan en la recolección de cosechas.

Nos están matando

“La necesidad y la pobreza de los jornaleros provoca que casi sin ninguna protección se enfrenten a los peligros cuando manejan agroquímicos. La irresponsabilidad de los grandes agricultores que, inmisericordes, explotan a los jornaleros y la falta de ética de las grandes trasnacionales que los fabrican son factores que se conjugan para crear un drama criminal que a nadie le interesa solucionar”, expone Castaños en su más reciente libro.

Ahí documenta que la exposición inadecuada a los agroquímicos que hoy se usan en el campo mexicano son la causa de: intoxicaciones, pérdida de embarazos, malformaciones genéticas, mutaciones, cáncer, leucemia, afecciones respiratorias severas, resurgimiento de infecciones, tifoidea, cólera y otras.

Para el medio ambiente los daños no son menores: reducción de la población de abejas (encargadas de la polinización), envenenamiento de aves y peces, tierra menos fértil y la reducción de la biodiversidad.

El reto para los siguientes deberá ser el mismo, sugiere el investigador, y sólo se puede conseguir a través de un compromiso con el medio ambiente, la empatía social y con la vida misma.

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