Entrevistas

Fruticultura, actividad que libró de la migración a pobladores de Calpan

Magdiel Olano

PUEBLA, MÉXICO.- Extendiéndose a lo largo de la Sierra Nevada y el Valle de Puebla, con bosques de pino, encino y sus frondosos árboles frutales, el municipio de Calpan regala una vista que deleita no sólo por tener de fondo los volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, sino porque las frutas están al alcance de la mano.

Gracias a la producción de traspatio de alimentos para las familias rurales, hoy en el poblado uno se puede acercar a cortar una fruta para comerla directamente del árbol. Pero hubo un tiempo en que no fue así.

Hasta cerca de 1990 la población se ubicaba en zonas agrícolas más cercanas al volcán, y aunque tradicionalmente el sitio es reconocido por su carácter agrario, esta actividad había dejado de ser rentable. Los campesinos dejaron de cultivar y se desplazaron a espacios donde pudieran ofertar su trabajo en el sector económico terciario.

Fotografía: Magdiel Olano

Con los agricultores alejados de los campos, por años fue fácil distinguir las manzanas, peras o duraznos tirados pudriéndose entre la maleza. Abandonados, los árboles cada vez empezaron a producir menos.

“Dejamos de trabajar la manzana, que es lo que escaseó. En un tiempo ya no tenía costo, los campos se quedaban con la fruta tirada porque no había mercado para la fruta”, explica Lorenzo Benito, un campesino y poblador del lugar.

El modelo de desarrollo económico en el municipio había sido la producción de capulín, ciruela, chabacano, pera, manzana, durazno, nogal y tejocote. Pero el poco interés del mercado por adquirir esta fruta criolla fue un factor determinante para que los pobladores migraran a otras actividades como la albañilería, plomería o panadería. Los más jóvenes encontraron la solución en la migración hacia los Estados Unidos.

“Hace unos 20 años llegó el tiempo de migración”, recuerda Lorenzo nervioso mientras juega con una hoja seca entre sus manos, recargado sobre uno de las docenas de árboles de duraznos que hay entre los campos de Calpan, y añade: “hubo un tiempo que bastante gente al salirse comenzó a descuidar el campo”.

Además, las plagas cayeron sobre los frutales, y la falta de interés de los gobiernos por cuidar el espacio y capacitar a los campesinos en el cuidado de la siembra, también contribuyeron a la disminución del sector agrícola en la región.

“La pera lechera hubo un tiempo que no era una fruta muy comercial. Aquí nosotros decimos que la pera es una fruta muy plagosa porque se le concentra mucha plaga”.

Fotografía: Magdiel Olano

De una edad media, Lorenzo narra que la situación repercutió en todas las familias de la zona, pues en la población niñas y niños “nacen en el campo”, juegan entre las siembras y crecen junto con los árboles.

“Nosotros empezamos desde chiquitos, nos traían nuestros papás al campo y ahí nos decían que les ayudaramos a trabajar. En esto se puede decir que desde que ya viene uno naciendo ya viene trabajando en el campo; porque está uno chiquito y los papás nos traen al campo, no precisamente a trabajar sino para que nos puedan ver y cuidar, pero de ahí uno se va dando cuenta cómo se va trabajando el campo, por eso digo que es de nacimiento”.

Lorenzo cuenta que apenas hace cinco años, junto al creciente turismo gastronómico enfocado a los chiles en nogada, comenzó la revalorización de la fruta criolla de Calpan –la tradicional para la elaboración de este guiso–, creció la promoción turística rural de la región y, con ello, hubo mayor demanda para las frutas de los campesinos de Calpan.

Los jóvenes dejaron de pensar en la migración ahora esperan a las entradas económicas que deja las ferias gastronómicas; los campesinos volvieron a cuidar sus árboles frutales, ejemplares de 30 o 40 años que siguen dando frutas, “aunque se vea un árbol mal tratado es un árbol que se empieza a trabajar y empieza a producir”.

Desde entonces cada año es más gente de otros municipios e incluso de otros estados la que se acerca a probar las frutas criollas.

 

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