El complejo día a día de las mujeres en Chapingo
MÉXICO.- Que ciertas profesiones están determinadas sólo para hombres es una idea que prevalece aún después de movimientos sociales a favor del reconocimiento por las mujeres; ejemplo de ello el tema agrario, pues desde siempre se ha considerado un sector exclusivo de los varones a pesar de la presencia femenina.
El andar del género femenino en temas como la construcción, la ingeniería, la agronomía e incluso en competencias como el fútbol o algunos deportes extremos, ha sido un terreno complicado, tal como lo señala el artículo “Chapingo no es lugar para mujeres”, recientemente publicado en la revista de literatura y humanidades Molino de Letras.
Dicho artículo muestra la complejidad de permanencia de las mujeres en la institución agronómica más antigua del país, como lo es Chapingo, aunque la misma situación podría llevarse a otro ámbito; éste retoma datos contundentes del “Estudio sobre violencia de género: la otra cara de la Universidad Autónoma Chapingo” (2013), realizado por el Departamento de Estadística Matemática y Cómputo de la División de Ciencias Forestales, coordinado por Francisco José Zamudio.
De acuerdo con la publicación, es el abuso de poder, la impunidad y la corrupción contribuyen a la normalización de la violencia en los salones de clase, los pasillos y andadores de la ex Escuela Nacional de Agricultura (ENA) —como se llamaba cuando no había mujeres en la institución—, legitimado por la omisión y de la permisibilidad de profesores y directivos.
REPRODUCCIÓN DE VIOLENCIA
Señala que “una determinante de la violencia contra las mujeres en Chapingo es la reproducción de la violencia que se vive en los hogares de donde provienen los estudiantes. En este sentido, Chapingo no es ajeno a lo que pasa en el resto de la sociedad, donde las mujeres son violentadas verbal, física y sexualmente por familiares o amigos, casi siempre en sus hogares”.
La publicación también hace énfasis en la necesidad de actualizar los contenidos en los planes de estudio “para se que haga visible el papel de las mujeres en la agricultura, que normalice esa icónica imagen de la chapinguera montada en un tractor”, lo mismo que podría aplicarse en otras áreas de desarrollo académico.
Propone la implementación de cursos y talleres que les hagan comprender que la violencia ejercida en sus hogares no es buena, que tienen que cuestionarla y aceptar que no la pueden reproducir en la universidad.
Lo anterior porque desde el ámbito de Academia sólo son viables ciertas prácticas, tal como lo indica, “deben ser obligatorios los talleres que les permitan a los adolescentes que ingresan a Chapingo, hombres y mujeres, ejercer su sexualidad de manera informada y responsable. Esto y poco más se puede hacer desde la academia. Todo lo demás es político”.
Cabe destacar que en la publicación se menciona que el tema económico no ha sido un favor determinate para el desarrollo de hombres y mujeres en este sitio, el cual “es una muestra de que cuando se dan las condiciones materiales necesarias —pan y techo—, las y los jóvenes, no importa si provienen de comunidades marginadas, pueden desarrollar todo su potencial intelectual y físico”.
Sin embargo, una contundente afirmación en el artículo llama la atención por su trascendencia: “Chapingo no necesita ‘paz’, que dicho así es una entelequia; aquí y ahora, lo que necesitamos es ponerle un alto a la violencia contra las mujeres”.
Así, concluye que lo que habría que lograr de inmediato es que todos los consejos, el universitario, los departamentales y de división —instancias de gobierno donde se legisla—, sean de facto paritarios entre hombres y mujeres.