Columnas

De aquí pa’ llá… Superhéroes

Vicotrópico

Las más taquilleras, son películas de asesinos o autos veloces.

Velo o bruma, cuasi imperceptible.

Apuntador del cotidiano.

Un aparato invisible arrasa parejo. Las expresiones en el hablar consuetudinario, los colores al vestir, las bebidas más solicitadas, el destino para vacacionar.

Extraviamos un montón de cosas en el camino a la “prosperidad”, mientras nos atascábamos de plástico; ¿qué íbamos a saber?, tan temprano que recibimos la patada de vuelta, procesando ilusiones de que pasaríamos con toda la gloria.

Procesada también está la comida y por el callejón ya no pasamos en caravana: México al día de hoy es el país con mayor índice de obesidad infantil (de todo el mundo) y Puebla cuenta con poquito más de un 70% de la población con sobrepeso. Prendiendo los focos rojos: la inmediatez, el sabor inventado, la flojera, la marea del apuntador del cotidiano, la novedad -¿novedark?- Por allá del 98 apuntaba Giovanni Sartori sobre no desembocar en una “vida inútil, en un modo de vivir que consista sólo en matar el tiempo” (Homo Videns. La sociedad teledirigida. Ed. Taurus)… y esto fue antes del atolondramiento de los smartphones.

Parte del engaño consiste en crear escenarios a modo donde la distancia entre la vaca y la cajita con leche puesta en el anaquel se piense corta y se cubra por la bruma (entonces, ya ni se piense); o donde la carne simplemente salga fresca en charolas de unicel, cubierta de una película plástica, todo muy inocuo, ¿verdad?; 2×1 en todo el departamento de salchichonería, va. Ahí donde ni las frutas se escapan de un baño de cera.

Pero la realidad, la de la patada que deshizo la gloria y nos tumbó el filtro, tira un rollo con ojos profundos. Las hojuelas de maíz no se dan en campos soleados de caricatura donde el gallo guiña el ojo porque los chavitos estarán bien alimentados; tampoco existen embutidos saltarines cargados de amables proteínas. No es que sea la más reveladora de las noticias, sea más recordatorio, pues todo o casi todo alimento lleva algún conservador, aditivo o añadido, colorante, texturizador, saborizante o potenciador que apuntala la mala salud que nos trae rebotando (mientras pasamos el rato y rolamos el meme) y seguimos matando el tiempo mientras una tercera parte del gasto del mexicano promedio se va en botanas.

¿Qué tal un giro en el guión de la película, shavos?

Se desvela la bruma.

El jinete toma la rienda de la bestia cotidiana.

Volvemos a la tierra, cada cual desde su trinchera.

Los diseños agroecológicos que propicia la agricultura urbana son amplísimos y súper adaptables; esta forma de cultivar alimentos nos pone en contacto con una de las tareas más antiguas y revaloriza los productos finales. Puede ser un barco navegado en solitario o una labor en equipo, desde el hogar, a la organización vecinal, escolar o con los compañeros de trabajo.

La visión se vuelve otra. El manejo del agua, el cuidado del suelo, la importancia de la biodiversidad, la forma misma de la interrelación humana se teje distinto. Ya no el piloto de altísima velocidad, tampoco la espía, ya ni la banda de estafadores… la nueva raza de superhéroes la encarna el campesinado, una de las dos formas de sobrevivientes (la otra, el pescador) para quienes el producto de su esfuerzo es el alimento mismo, no así con el dinero.

A medida que, a través de la apuesta por producir nuestros propios alimentos, tomamos consciencia de lo que se necesita para ser (como los) campesinos, nuestro enfoque se modifica y el respeto -sin duda- crece, al grado de darnos cuenta que quien sabe leer las nubes, oler los vientos, preparar la tierra, cuidar el ciclo de la vida desde la germinación a la cosecha, hacer equipo con los animales y mucho, mucho más, es el héroe que al final de la película gana la vida, protegiéndola.

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